En los poemarios que aparecen cada día, de vez en cuando nos sorprende la frescura de un poeta original. Del poeta adulto o maduro quien fue capaz de conservar la inocencia (o la recobró después del ascetismo y otros ejercicios espirituales) para hacernos ver el portento del mundo con los ojos del niño. ¿Y qué es un niño? sino "inocencia... un primer movimiento, un santo" , dice Nietzsche. Casi nunca nos encontramos con la poesía de alguien que a los siete años se adelanta a plasmar en el papel dichas maravillas del mundo. ¿Quién es esta niña que dice estar fascinada con las computadoras y es capaz de establecer correspondencias entre seres y cosas? Alguien que puede sentarse a los pies de la esfinge en el camino de la vida y ver en el paisaje del cosmos el oráculo nuestro, como quería Emerson. Una niña capaz de aventurarse en las claves para descifrar los misterios; capaz de darnos su lección de poesía con la frescura de un vaso de agua. Poesía hecha con la espontaneidad del grabado de un hombre de las cavernas cercano a las estrellas y a la lluvia. De sus poemas, a modo de revelaciones súbitas, le agradecemos el decirnos lo que nuestro ser ha olvidado por el pesado fardo de la cultura. Esta fantasía y visión animista con que escribe ella, a quien le gustan los juguetes contemporáneos, nos maravilla por lo original en que "la camisa oye el agua", "el río llora por una flor" y "el viento se va a la vista de un enojo", y su verdad nos llena de admiración.