Desde que estaba en mi vientre, Melissa fue creciendo en un ambiente totalmente cultural. Graciosa, al dar sus primeros pasos, entraba a los museos, teatros, bibliotecas y librerías, siempre observándolo todo con sus grandes ojos. En casa, traviesa, tomaba en sus pequeñas manos los primeros libros, y al percatarse de nuestra presencia, corría a esconderlos. Al ir creciendo comenzó a interesarse en esos tomos. Cuando su papá leía poesía en voz alta, ella jugaba con él e inventaba poemas cuando aún no sabía leer. Frecuentemente visitamos museos y la niña nos da su punto de vista sobre las obras que ahí se exponen, como toda una crítica. En las librerías, siempre insiste en que le compremos algún libro. Así leemos juntos. Melissa tiene una gran imaginación, porque además de hacer poemas, inventa cuentos y adivinanzas para la radio. Tiene una enorme facilidad para crear. Cuando le leemos textos de Juan Ramón Jiménez o de Alejandra Pizarnik, no nos deja terminarlos, porque dice: “ya se me ocurrió uno”. Y se pone a escribir hasta siete breves poemas de un tirón. Hay una frase que ella repite constantemente: “¿Qué hago?” La ponemos a hacer de todo, pero nunca se cansa. Lo que Melissa ha hecho hasta hoy, es porque le gusta. Mi esposo y yo le damos todo nuestro apoyo, y si en el futuro quiere seguir por el camino de la poesía o cualquier otro relacionado con el arte, ella sabe que cuenta con nosotros.