Sí existe un colibrí en la poesía, un movimiento rápido y luminoso, profundo y etéreo, éste sería Melissa Nungaray. Poeta del temblor del instante. Poeta del ver. Vivir, tener edad y experiencia no es suficiente para escribir. Muchos creen que estos tres elementos dan mayor credibilidad a lo que se escribe. Afortunadamente el poema nada tiene que ver con la verdad o con la mentira. Con la credibilidad o con el engaño. Existe algo que separa al poeta del poeta. Y ese algo es tan sencillo como sus versos. Cuando Melissa escribe:

La patria
es un símbolo de miedo
y la vida una flor
como la esperanza.

Uno sabe que es un poeta quien escribe esos versos. La edad nunca ha sido un requisito indispensable para la poesía, aunque a nuestra instituciones y a algunos poetas les ha dado por empeñarse en separar a todos en edades y necias generaciones. Es tan absurdo juzgar a un poeta por su edad —para bien o para mal—, tan absurdo como si nos negáramos a leer a los mayores de treinta sólo por la frese aquella de “desconfía de los mayores de treinta años”, como absurdo sería sólo leer a mayores de cincuenta años sólo porque ellos ya han vivido, tienen experiencia y (supuestamente) saben de lo que escriben.

Al poeta se lee y eso es todo.

No creo que la edad tenga que ver con la inocencia, pues pienso que todos somos inocentes. Tampoco creo en la inocencia como pureza, ni la inocencia como sinónimo de ignorancia. Creo en la inocencia como ese instinto creador que nos lleva a hacernos preguntas o a darnos respuestas dentro del poema.

La poeta Melissa Nungaray no es inocente porque ignore o porque tenga siete años (y creciendo); es inocente porque dentro de su poesía nos enseña, nombrando, invocando y evocando, cada uno de los sujetos que conforman un serio mundo poético y real que nos rodea y aturde. Raíz del cielo debe leerse no de principio a fin. Hay que entrar en él como en todo buen libro de poesía, a brincos lentos y a chispazos de lectura.

El viento y la flor
son una naturaleza
se van creciendo.

Y así va creciendo la doble naturaleza del principio del poeta mago, del poeta brujo, del poeta que hace de cualquier elemento una iluminación. La poesía de Melissa Nungaray viene de un fuego primigenio de la vida, viene de la primera noche del hombre, eco de cuando las cosas comenzaron a tener nombre, de cuando la naturaleza comenzó a colgar entre sus ramas a la poesía.

No preguntemos: ¿cómo pasa eso?, ¿cómo una niña (ahora y siempre) nos habla con voz de sabio y nos sienta alrededor de la hoguera de las visiones? Nos muestra el calor humano y nos dice las cosas como ella las ve. No preguntemos: ¿Cómo sucede esa magia? Disfrutemos, disfrutémosla como se goza la poesía.

Siento mucha pena por aquellos seres que no puedan compartir el gozo, que no puedan con un buen corazón acompañar la magia de la poeta Melissa Nungaray. Pero así es esto. Lo que nos pide la poeta en su poema “Los poetas”:

Los tigres, los perros, los diablos y los ángeles
se juntaron para ser una buena familia
inspirados por Dios.

“Ser una buena familia”, parece que tardará un poco. Pero Melissa, como poeta, lo ve venir y lo evoca para paz y felicidad nuestra. Al leer Raíz del cielo me doy cuenta de que la poeta Melissa Nungaray no es creadora de arte, es creadora de Naturaleza.

Algo que muchos creadores aspiran alguna vez llegar a crear. Porque el arte se imita y la naturaleza se crea a sí misma. Melissa se crea a sí misma. Aunque muchos crean lo contrario.

Melissa Nungaray, poeta nacida entre poetas, sabe que el tiempo es hoy más relativo que nunca. Que es la imaginación dentro del espacio poético es lo que impera.

Son los poemas dentro del temblor de la poesía de Melissa los que harán, en algún momento, raíz, sí, pero del cielo.

Raíz del cielo, del sueño, del habla, raíz de la poeta Melissa Nungaray cuando escribe, casi profetizando:

El libro se abre
entre los ángeles
entre las raíces del cielo.