Me dices: tú eres algo más - Alberto Caeiro
Árbol agónico - Juan Eduardo Cirlot
El árbol que en mis ojos sufre y crece
espera tus palomas deslumbradas.
Sin frutas, con las hojas desoladas
estático se eleva. No florece
sin la sangre celeste. Permanece
siempre estéril; las ramas desgarradas
como arterias sin flor, deshabitadas:
vestigio de otro mundo que perece.
Vestigio de mi horror cristalizado
en lamentos sin voz; duros fulgores
metálicos, que cubren la tortura
eterna de este monstruo maniatado
que extiende ya reseca su locura,
bajo un cielo sin luz y sin clamores.
Destierro - Alaíde Foppa
Cuartetas persas - Umar Jayyam
Lectura - Raymond Carver
Andamios - Seamus Heaney
Sin título - Hannah Arendt
Guárdame en ti - Raúl Zurita
Entonces guárdame en ti
en los torrentes más secretos que tus ríos levantan
y cuando ya de nosotros
sólo quede algo como una orilla
tenme también en ti
guárdame en ti como la interrogación de las aguas
que se marchan.
Y luego, cuando las grandes aves se derrumben
y las nubes nos indiquen
que se nos fue la vida entre los dedos
guárdame todavía en ti
tenme en ti, en la brizna de aire que aún ocupe tu voz
dura y remota
como los cauces glaciares en que la Primavera desciende.
Un disfraz equivocado - Álvaro de Campos
Me quité la máscara y me miré en el espejo.
Era el niño de hace tantos años.
No había cambiado nada...
Esa es la ventaja de saber quitarse la máscara.
Siempre se es niño,
el pasado que fue
el niño.
Me quité la máscara, y volví a ponérmela.
Así está mejor:
así, sin la máscara.
Y regreso a la personalidad como a un final de línea.
*Traducción de Martín López-Vega
Tulipanes - Sylvia Plath
Los tulipanes son muy impulsivos; aquí es invierno.
Mira qué blanco se ve todo, qué tranquilo, cuánta nieve.
Aprendo a estar en paz y a quedarme en silencio a solas
como la luz reposa en las paredes blancas, esta cama, estas
manos.
No soy nadie; no tengo nada que ver con ningún estallido.
He cedido mi nombre y mi ropa de diario a las enfermeras,
mi historial al anestesista y mi cuerpo a los cirujanos.
Me han instalado la cabeza entre el embozo y la almohada
como un ojo entre párpados muy blancos que no quieren
cerrarse.
Estúpida pupila, de todo tiene que enterarse.
Las enfermeras van y vienen sin molestar
y son como gaviotas que vuelan tierra adentro con su tocado
blanco,
haciendo cosas con las manos, todas idénticas,
por lo que es imposible deducir cuántas son.
Mi cuerpo es un guijarro para ellas, lo cuidan como el agua
cuida de los guijarros sobre los que discurre, puliéndolos
sin prisa.
Sus agujas brillantes me traen el sopor, me traen el
letargo.
Estoy desorientada y no soporto este equipaje:
mi neceser de charol como un pastillero negro,
mi marido y mi hija, que sonríen desde la foto de familia;
sus sonrisas, minúsculos anzuelos, se me enganchan al
cuerpo.
He dejado correr las cosas, un carguero de treinta años
que se agarra tenaz a mi nombre y mi domicilio.
A fuerza de frotarme, me limpiaron de lazos amorosos.
En la camilla verde con la almohada de plástico, desnuda y
asustada,
vi mi juego de té, mis libros y mi cómoda con la ropa de
cama
hundirse más allá de mi vista, y el agua me cubrió la
cabeza.
Ahora soy una monja, nunca he sido tan pura.
Yo no quería flores; yo solo deseaba
echarme con las palmas hacia arriba y quedarme vacía.
Qué libre se ve una; no os podéis imaginar qué libre…
La sensación de paz es tan intensa que deslumbra, y a cambio
nada pide: una etiqueta con tu nombre, baratijas.
Eso se embolsan los muertos, después de todo; me los figuro
tomándola en la boca como una hostia consagrada.
Para empezar, los tulipanes son muy rojos, me duelen.
Hasta envueltos en papel de regalo los oía respirar
con suavidad entre pañales blancos, como un bebé molesto.
El rojo de las flores conversa con mi herida y ella le
corresponde.
Son sutiles: parece que flotaran, aunque me pesan,
contrariándome con sus lenguas repentinas y su color:
una docena de plomadas rojas que me cuelgan del cuello.
Antes nadie me observaba, ahora me siento observada.
Los tulipanes se vuelven hacia mí, y también la ventana a
mis espaldas
donde una vez al día la luz se ensancha poco a poco y
después enflaquece,
y me veo a mí misma, plana, ridícula, una sombra de papel
recortado
entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,
y me quedo sin rostro: soy el eclipse de mí misma.
Los tulipanes, vigorosos, se nutren de mi oxígeno.
El aire era tranquilo antes de que llegaran:
iba y venía, soplo a soplo, sin revuelo.
Luego los tulipanes lo llenaron como un estrépito.
Ahora el aire se estanca y los rodea como un río
se empantana y bordea una máquina hundida y herrumbrosa.
Ya tienen mi atención, que se alegraba
de jugar y descansar sin compromiso.
Y también las paredes parecen avivarse.
Los tulipanes deberían estar entre rejas como fieras
salvajes;
se abren como las fauces de un felino africano
y me vuelvo consciente de mi corazón: abre y cierra
su búcaro de flores rojas de puro amor por mí.
El agua que me ofrecen es cálida y salada, como el mar,
y viene de un país lejano como la salud.
18 de marzo de 1961
*Traducción de Jordi Doce
Dedicado a la poesía - Wisława Szymborska
1
El color del día sale del cielo y de las hojas,
por eso no está en la caja de los lápices de colores.
Antes de que el jardín se mueva hacia la sombra
tengo que cambiar mis ojos por palabras.
La sabiduría de los poetas ociosos al sol no es otra
que la de una mosca que se pasea por un tallo
y desconoce su nombre en escrupuloso latín
y la molestia fastidiosa de sus refulgentes alas.
Vosotros sois más torpes que vuestros poemas.
Tú te olvidarás de ti misma al levantar el vuelo.
*Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz
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